Cuando la cantante Charli XCX lanzó su álbum Brat de verde neón en julio de este año, no me detuve mucho con él, aparte de la deliberadamente fea portada y el raro parecido con el eslovaco (brat=hermano). Noté a Charli gracias a un par de canciones, pero sólo cuando se volvió guay me metí más en el fenómeno que ella inició (cómo no). Y fue su «chica rebelde pero empática y un poco desordenada» lo que me ayudó este año a superar uno de mis miedos, el de ir a fiestas.
Este artículo será un poco personal. Cada año experimento algo por primera vez, y 2024 fue la primera vez que fui a una fiesta y realmente la disfruté. Nada sorprendente, pensarán, después de todo, ¿para qué más sirven estas fiestas entonces? Bueno, para mí no era tan obvio.
Desde mi infancia arrastraba las etiquetas de «niño introvertido», «chico educado con camisa» – como se esperaba de los niños bien comportados – y, sobre todo, la idea de que «no voy a emborracharme solo para poder soltarme». Fue lo último lo que me mantuvo alejado de todos los clubs, fiestas o cada celebración estridente durante mucho tiempo. Me resultaba sumamente incómodo bailar sobrio delante de los demás, no sabía soltarme. Y emborracharme estaba descartado, las monjas de mi colegio católico me habían preparado bien.
No es que no me guste bailar, todo lo contrario. A puerta cerrada, verían a la Shakira que hay en mí. A lo mejor mi homofobia interiorizada y algunos otros factores me impidieron aventurarme en algo tan natural para muchos jóvenes.
Receta para una buena fiesta
Cuando le pregunté a mi hermana 4 años más joven, mi experta de la corte en la verdadera vida estudiantil, qué les veía a los clubs, su respuesta fue: «No siempre te lo pasas bien de verdad. Depende bastante de la gente, del DJ y, lo que es más importante, 2-3 shots de vodkas para abrir la noche pueden hacer la diferencia». Justo en eso pensé más tarde cuando acabé en un evento de networking que incluía una fiesta al final de la noche. Una vez terminado el quiz game (que le entusiasmaba mucho más a mi nerd interior), la gente empezó a agruparse en la pista de baile y me entró el pánico. Así que me dirigí al bar y, al igual que en la receta ‘a la Rachel’, agarré unos tragos para ayudarme. Me puse a charlar con un par de chicas en la cola, y este contacto también me ayudó a sobrellevar la noche. Y no era sólo sobrevivir, guardo muy buenos recuerdos de aquella vez.
Ahora que pienso en cómo esta fiesta fue diferente a mis anteriores intentos forzados de despertar mi yo fiestero, tengo que admitir que mi hermana Rachel tenía razón. La gente fue la clave: hablamos mucho antes de la fiesta, nos caímos bien y me sentí aceptado. Y como la mayoría eran chicas, el DJ tuvo que ajustar la selección musical. Descubrí que podía moverme con Lady Gaga y Rihanna mucho mejor que con el electro o el trance, con los que ya tenía experiencia en Austria. White girl pop nunca falla.
¿Qué tiene que ver Charli?
No es la única fiesta a la que fui este año y me lo pasé bien. Supongo que es como el primer amor, el sexo por primera vez o el conducir: la próxima vez que lo intentes, tu confianza será un poco mayor que la primera. Tengo que darle el crédito a la autora de Brat, que estuvo literalmente en todas partes de mi burbuja este verano, por haberme puesto ese tentempié inicial.
Brat en inglés literalmente significa mocoso, y según mis investigaciones en internet, en lugar de ser una chica educada, Charli quería dar espacio a su yo imperfecto y algo caótico que disfruta de la vida al máximo. No me engaño a mí mismo creyendo que adopté esta mentalidad, todo lo contrario. «No puedes ser tan amable», me gritó Maciek mientras le cedía paso educadamente a la décima persona que se agolpaba a mi alrededor en la discoteca. Por mi cabeza pasó la imagen de un chico tieso con todos los deberes hechos, y me dije que probablemente nunca sería brat. Del mismo modo, mi amigo polaco llegó a la conclusión de que probablemente no éramos «lo suficientemente brat» cuando las canciones de la fiesta temática de CharliXCX y Kesha comenzaron a decaer y fue difícil contectar con la onda de los demás.
Cuán brat soy yo
Algunas de las definiciones de brat summer de verdad me hicieron pasar un buen rato. Según Vogue Chequia, es el momento de una mujer feroz que no teme a las fiestas ni a sus consecuencias. «Esto me recuerda a las ediciones de verano de Bravo Girl de hace 15 años», escribía un comentario debajo del post que explicaba esta era verde. Y aunque me gustaría mucho ser como lo mejor de brat summer (o hot girl summer, o cualquier summer de hace 15 años), me identifico más con “la chica desordenada y sincera que de vez en cuando dice también mete la pata”. Pero así he sido siempre, digan lo que digan las modas veraniegas. Y aprender a aceptarme así, para eso todavía tengo un largo camino por delante.
Sin embargo, me he encontrado un poco en la definición del diario eslovaco SME, según el cual el verano brat es «cuando vuelves a casa del club en taxi a las 4:30 de la mañana, está amaneciendo fuera y te acuestas vestida con el rímel en los ojos». En esta situación sí que me he encontrado unas cuantas veces este año, salvo por lo del rímel, por el momento. Ya era hora, porque a los diecisiete años simplemente tenía otras prioridades.
No obstante, en mi caso se trató más de un ahogo consciente de mis sentimientos incómodos este año, del que no estoy demasiado orgulloso. Por eso estoy entrando en el 2025 con una perspectiva más de «clean girl aesthetic» al que Charli le echó tanto hate. Aún así, estoy agradecido por toda esta locura verde. No sólo por los temazos de este álbum que me han acompañado en mis caminatas veraniegas. Ni siquiera diría que ya me gusta ir a fiestas. Pero quiero creer que incluso a través de este salir de mi zona de confort, estoy un paso más cerca de abrazar la versión cruda de mí mismo, cómo la madre Charli lo sugirió.