2024 fue un año significativo para Austria, entre otras cosas, porque pudo ser uno de los tres países a los que se le otorgó ser la Capital Europea de la Cultura. Y ya que elegí «arte» como uno de mis intereses en Tinder, sería una pena como autoproclamado experto cultural no aprovechar esta oportunidad. Por eso un día puse el despertador a las cinco, limpié la cámara y partí hacia Bad Ischl, el centro de la región cultural Salzkammergut.
Cada año, la Comisión Europea anuncia dos o tres ciudades que se convertirán en Capital de la Cultura, con el objetivo de promover la diversidad y riqueza de la región. Este año lo fueron Bodø en Noruega, Tartu en Estonia y Bad Ischl en Austria. No había oído hablar antes de esta última ciudad austriaca, pero como estaba en la misma línea de tren de mi tan planeado Hallstatt, decidí darle un plus a mi viaje a este pueblo tan popular sumando Bad Ischl a mi itinerario.
A la caza de fotos y quizá incluso de cultura
La fresca comunicación visual y los bellos gráficos de la campaña me habían tentado desde hacía mucho tiempo. Si echan un vistazo a la página web oficial de Salzkammergut-2024, verán que hay 4 temas principales que recorren todo el proyecto: Poder y Tradición, Cultura en Movimiento, El Compartir y Turismo, y Construyendo una Comunidad Global. Sinceramente, no analicé demasiado qué hay exactamente detrás de ellos, mi objetivo era bastante sencillo: ver Hallstatt por la mañana, cuando habría menos turistas; desplazarme a Bad Ischl y luego ya veríamos.
En busca de evitar la multitud de gente, me puse el despertador bien tempranito y cogí el tren de las 5:55 desde Viena con llegada prevista a las 9:24, suponiendo por supuesto que hiciera el transbordo de 13 minutos. Bueno, no lo hice. Fiarme de los ferrocarriles austriacos resultó ser un error esta vez, y mientras esperaba la siguiente conexión, me maldije por haber sido demasiado blando y no haber cogido la primera conexión de las 5:28.
Fuente: Salzkammergut 2024
En el tren regional hacia Hallstatt, desesperadamente hago las últimas capturas de pantalla de todos los eventos y obras actuales para aprovechar al máximo mi visita. El calendario tiene 18 páginas, así que hay mucho por elegir. Realmente no conseguí estar al tanto de todos los eventos secundarios de la Capital de la Cultura, solo pillé que el Orgullo de Salzkammergut se organizaba por primera vez gracias a este nuevo título y que Conchita Wurst, la cantante barbuda conocida del Festival de Eurovisión 2014, actuaba en algún lugar.
El calendario de eventos no es abundante porque Bad Ischl sea una metrópoli vibrante. Por primera vez, no sólo una ciudad, sino toda una región ha sido elegida capital de la cultura: además de la ciudad de Bad Ischl, otros 22 municipios participaron en el proyecto. En cada uno de ellos se podía encontrar algo para todos; en el pueblo de Ebensee, por ejemplo, exponía la artista japonesa Chiharu Shiota, que en el momento de escribir este artículo, también tiene una exposición en Praga. Yo, dominado por Instagram, quería tachar el mágico Hallstatt de mi bucket list y luego, si la situación lo ameritaba, embriagarme culturalmente de alguna manera.
No me perdí nada (menos mal)
Al final me bajé en Hallstatt a las once y media, todo abatido porque ahora sí que iba a estar bien petado. Lo primero que veo es un autobús turístico de Slovak Lines. «Oh, genial, los eslovacos de verdad estamos hasta debajo de la alfombra», pienso, preguntándome con una pizca de ansiedad cuál de los tres miradores de Google Maps es el correcto y si lo encontraré. Mis temores resultaron innecesarios, ya que hay una calle principal que atraviesa el pueblo, repleta de tiendas y restaurantes. Apuro el paso entre los demás turistas, que curiosamente no son muchos. Cuando por fin me paro frente a EL mirador, me siento aliviado: las barreras cobertoras que había visto en los periódicos ya no estaban allí e incluso tuve espacio suficiente para sacarme fotos. Mi influencer interior está satisfecho, y así puedo salir lentamente a explorar el pueblo que solía tener en mi calendario de escritorio cuando era pequeño, «Mundo 2013». En el lago veo gente paseando en barcas-cisnes, que reconozco de una publicidad de ÖBB de Viena. Los Ferrocarriles Austriacos ofrecían un fin de semana cultural con desayuno y transporte a partir de 199 euros. Espero que mi viaje de vuelta me salga como mucho el 20% de esa cantidad.
Pero como cada vez hace más calor, los turistas se multiplican y no tengo a nadie con quien disfrutar de una cerveza en las mesas con manteles a cuadros junto al lago; sigo adelante. Lo siguiente en la agenda es Bad Ischl, y quizá no sólo eso, que viva el FOMO.
Delante de la estación local paso por delante de una estatua de una mujer haciendo equilibrio con un tubo de oxígeno en su nariz, que permanecería allí incluso una vez terminado el proyecto. Como no quedaría muy estético en Instagram, continúo hacia el edificio Trinkhalle. «¡Ah, es sábado!» me doy cuenta al entrar en el centro a través de los puestos del mercadillo. Muchos ofrecen cerámicas con las características rayas blancas y verdosas. También las había visto en un cartel en alguna parte ese día, así que supongo que se trata de alguna curiosidad local.
El Trinkhalle es un edificio situado en el centro de la Peatonal, con columnas griegas delante de las cuales se alzan paneles que promocionan Salzkammergut como región de la capital de la cultura. Probablemente habría esperado una disposición menos caótica del Centro de Información local, me recordó más a una tienda de recuerdos con algunas instalaciones repartidas por el edificio.
Cuando pregunté a mis amigos qué se podía hacer en Bad Ischl, a parte del balneario, me recomendaron una pastelería. Estoy seguro de que se referían a la que terminé yendo yo sin saberlo – ya desde la calle parecía noble y estaba relativamente llena. Al pedir un pastel me dan una ficha; veo que aquí tienen un sistema igual de confuso que en la Vollpension de Viena. Incluso el camarero es bastante gruñón, supongo que no es sólo cosa de los vieneses.
Como evento cultural del día elegí una visita guiada a la exposición El Arte del Agua y la Sal, en la antigua planta salinera. Pero primero hay que encontrarla: las flechas me llevan por lo que parece un edificio de oficinas que me recuerda a un almacén de Bratislava al que una vez fui a recoger un pedido. Cuando por fin llego a la sala de exposiciones, me da un brinco el corazón: paredes desnudas, sonidos artísticos por los altavoces, ventanas industriales… esto sí me gusta. Entusiasmado, me apunto a la visita, por ahora parece que voy a ser el único.